Música en Estados Unidos

La música popular americana surgió de la mezcla de múltiples tradiciones procedentes de todo el mundo. En la foto, The Carter Family, exponentes del folk tradicional.

Al igual que en otras disciplinas artísticas de los Estados Unidos, la música posee un marcado carácter ecléctico, con un especial acento en la forma más popular de expresión musical. La fusión de diversos estilos y culturas se produce de forma orgánica y natural, creándose, a medida que evoluciona un género, diversos subgéneros que pasan inmediatamente a formar parte de la rica tradición musical norteamericana, que hoy en día es hegemónica por su influencia a nivel internacional.

Musicológicamente, se podrían apreciar en los Estados Unidos dos grandes raíces: la tradición musical europea, tanto culta como popular, que se aprecia en las composiciones desde los primeros días de la revolución, y una riquísima tradición afroamericana, que mezcla precisamente esta tradición europea con ritmos y melodías de orígenes africanos.

La academia
Se podría considerar a Francis Hopkinson (1737-1791) como el primer compositor nacido en los Estados Unidos. Los habitantes de las primeras colonias habían llevado consigo la tradición musical europea, sobre todo la más popular y folcrórica: bailes, canciones e himnos de la tradición oral que llegaron al continente americano, adaptándose a la idiosincrasia del mismo, y Hopkinson y otros compositores de música culta se caracterizaron por adoptar estas formas de folklore a su obra. De esta manera, las primeras partituras de Hopkinson, MacDowell o Ives poseen una frescura y libertad muy ligada al sentimiento popular. Sin embargo, como sucede en las demás artes de la nación, el verdadero éxito e influencia en posteriores músicos llega de la mano de las composiciones de autores propiamente populares, a menudo autodidactas y sin formación musical académica. Stephen Foster y su archiconocida “Oh, Susannah” o John Phillip Sousa y su marcha “Stars And Bars” son buenos ejemplos de este tipo de obras. Más adelante, autores de música culta como Henry Cowell, Aaron Copland, John Cage o George Gershwin no tendrían prejuicios en introducir este tipo de música popular en sus obras, mezclada con la tradición musical de la academia europea y las expresiones musicales afroamericanas.

Música tradicional blanca
Desde su importación al nuevo continente, las músicas populares europeas fueron evolucionando hasta mutar en nuevas formas de música autóctona. Esta música, con raíces irlandesas, escocesas, alemanas, inglesas y demás, se utilizó sobre todo con una función religiosa, como una forma de música espiritual blanca paralela al gospel afroamericano, aunque también tuvo usos alejados de las iglesias. Todo este aluvión de sonidos derivó en un concepto general que hoy conocemos como country. El country nace como tal denominación en la década de los años 20, y no es más que una forma de unificar bajo una etiqueta, y con motivos discográficos, toda esta tradición blanca. Con esta denominación conviven numerosos subgéneros de gran importancia como el bluegrass (música tradicional irlandesa y escocesa, acelerada y mezclada con elementos afroamericanos que surge en la zona de los Apalaches), el honky tonk (música a piano escuchada en bares y clubs), el sonido Bakersfield, la música cajun (asimilación de la música francesa en la Louisiana criolla), el Tex-Mex (mezcla de sonidos mejicanos y europeos)… Cada zona aplicaba sus características locales e influencias a su música, creándose otro nuevo subgénero, que posteriormente se mezclaría con más tradiciones e innovaciones, y formaría nuevas expresiones musicales.

Música afroamericana
La tradición musical afroamericana es tremendamente fértil e influyente. Las formas polirrítmicas del África subsahariana fueron importadas como parte capital de la cultura de los esclavos negros, derivando en múltiples sonidos. En los campos de trabajo, los esclavos cantaban canciones a capella, con una función de llamada-respuesta, que fueron fusionándose de forma espontánea con otras formas de música blanca como la polka o el vals. Y así surgieron el blues, el ragtime, el gospel y el Jazz, que se extenderían y evolucionarían desde principios del siglo XX. Paralelamente a esta música profana, proliferaría la música religiosa afroamericana, el llamado gospel, interpretado originalmente en las iglesias baptistas negras del Sur con una explosiva y espiritual mezcla de estructuras africanas e himnos europeos.

El jazz surgió a principios del siglo XX como uno de los ejemplos básicos de la música negra en los Estados Unidos.

El blues, de vital importancia musical, es el género musical afroamericano por excelencia y su contagiosa influencia es incuestionable. Surge en torno al río Mississippi a finales del siglo XIX, como un patrón rítmico propio de una conversación repetido tres veces, y con letras que nos hablan de diversos temas que expresan las penurias del trabajo en el campo y de la vida de la población negra recientemente emancipada, pero aún oprimida y discriminada. Rápidamente, se introducen instrumentos de cuerda que tocan tres acordes en doce compases, y las letras van adquiriendo un carácter hiperrealista, que a menudo no escatima en imágenes de sexo explícito y violencia primaria. El término blues alude a esa melancolía trágica de las primeras composiciones. Posteriormente, nacería el Rhythm & blues, forma acelerada de blues que surgió de la colisión de la música religiosa con la secular, y que después llevaría al soul en los años 60, al funk en los años 70 y al hip hop en los 80.

El ragtime, cuya cabeza visible es la de Scott Joplin, es una de las primeras formas musicales propiamente estadounidenses, que mezcla esta tradición negra con la blanca bajo una armonía sincopada y un ritmo fuertemente acentuado. De esta expresión musical negra derivaría el jazz, que también bebe del blues y la tradición blanca y que, dado su carácter improvisatorio, experimental e individualista desde un punto de vista instrumental, llegaría a extremos de sofisticación sorprendentes, como el swing de los años 30, el bebop de los 40 y el free-jazz de los 60.

Rock and Roll, ejemplo de desarrollo musical tras la Segunda Guerra Mundial
El rock and roll surgió en los años 50 como una mezcla del rhythm & blues negro y el country blanco, y promocionado por las compañías discográficas como un producto de consumo para un público básicamente adolescente de ambas razas. El rock and roll es un fruto de su época: una expresión musical surgida del paulatino e inevitable acercamiento de blancos y negros en el Sur del país, a pesar del racismo imperante. El empeño de los jóvenes blancos de escuchar «música racial» trastocó el orden contruido por la sociedad segregadora, y dio paso a un modo de rebelión juvenil que, paradójicamente, fue aprovechado con rapidez por la industria discográfica. Los cruces entre la música y los músicos negros y blancos no nacieron en los años 50, pero por primera vez la música más popular se mezclaba de un modo nunca antes visto. Estilos como el doo wop, marcado por excelentes coros vocales que desarrollaban innovadoras melodías, era considerado patrimonio común por adolescentes negros y blancos. Al tiempo que surgían intérpretes en cada calle y cada pueblo del país, se iba conformando una visión rebelde e independiente de la juventud, que llevaría a las grandes transformaciones sociales de los años 60. Este movimiento juvenil se apoyaba en figuras populares como Elvis Presley, Chuck Berry y Jerry Lee Lewis, que mezclaban en diferentes grados las tradiciones blanca y negra para dinamitarlas y llegar a lugares que nunca habían alcanzado antes.