La historia de la arquitectura norteamericana corre paralela a la de otras disciplinas, marcadas también por las circunstancias tan especiales del país: una base cultural y técnica europea, la gran diversidad territorial, un aumento de la población de aluvión y el progreso tecnológico del último siglo.
Época colonial
Sin una arquitectura perdurable en el tiempo como la de Sudamérica, apenas se conservan elementos arquitectónicos de los nativos norteamericanos, y los asentamientos están muy concentrados sobre todo en Nuevo México y Colorado. Con respecto a las manifestaciones coloniales de raíz europea, hay que esperar al siglo XVI para conocer los primeros ejemplos. La enorme extensión del país, con su diversidad de climas, materiales y tradiciones, permite un gran eclecticismo en toda la arquitectura colonial, aunque la principal influencia serán las tradiciones constructivas europeas. Adaptándose a los materiales y el clima de cada zona, se fueron construyendo los primeros edificios públicos, militares y religiosos.
Es evidente la influencia española en el Sur del país. Mezclando las técnicas indias del adobe con elementos constructivos europeos, destacan los edificios de Santa Fe, capital administrativa, y los numerosos fuertes, misiones y cárceles que se construyeron de San Francisco a Florida. El estilo destaca por su austeridad, no exenta de estética. En las trece colonias de la Costa Este será más clara la influencia inglesa, usándose la madera como elemento principal. La falta de ornamentación, probablemente obligada por la cultura protestante predominante, es común en los primeros años de las colonias en el siglo XVI.
La invención de una nación
En 1776 se crea la nueva nación, aunque los arquitectos seguirán mirando a la antigua metrópolis. Los edificios públicos adoptan el estilo neoclásico que triunfa en Europa, y abundan en la Costa Este las columnas, frontones y cúpulas. Como si de una nueva Atenas se tratara, el presidente Jefferson quiso adoptar un estilo grecorromano para Washington, capital de la nueva democracia, tanto en a nivel constructivo como urbanístico. El uso del mármol y el lenguaje inequívocamente clásico caracterizarán a las construcciones públicas de primera mitad del XIX. Ahí están los ejemplos de la Casa Blanca, el Capitolio, los monumentos a Lincoln y Jefferson o el obelisco erigido en honor a Washington.
La arquitectura neogótica
Con la llegada del romanticismo a mediados del XIX, el arquitecto Andrew Jackson Downing impulsa en los Estados Unidos el neogótico que nace en Europa como rechazo al neoclasicismo. Se vuelve a lo medieval, tradición de la que paradójicamente carecían los americanos, con sus almenas, vidrieras y arcos ojivales y se huye de la simetría propia del clasicismo. Sin embargo, se empiezan a usar nuevos materiales que permiten una mayor solidez estructural y el desarrollo der enormes alturas sin necesidad de utilizar arbotantes. Los casos paradigmáticos son la Trinity Church de Boston, la catedral de San Patricio en New York o el Puente de Brooklyn, también en esta ciudad. Cuando con el paso de las décadas los avances técnicos permitan construir los primeros rascacielos, el estilo neogótico será el escogido para muchos de ellos, como el Edificio Woolworth de Cass Gilbert, con sus famosos contrafuertes y enormes gárgolas.
La Revolución Post-Industrial
Tras la Guerra de Secesión, la reconstrucción es más rápida con el desarrollo de nuevos materiales y técnicas como el acero y el hormigón. El triunfo del capitalismo impulsará la figura del arquitecto como constructor de las nuevas catedrales, que no son otras que opulentos bancos y oficinas administrativas. Los avances siderúrgicos y la invención del ascensor permiten edificios de alturas inimaginables hasta entonces y se comienza una guerra capitalista sobre quién podía hacer el edificio más alto. Los edificios gigantes empiezan a brotar como setas tras la lluvia, hasta tal punto que rápidamente saturan los pulcros paisajes urbanos diseñados décadas antes.
Será Louis Sullivan, cabeza visible de la Escuela de Chicago e impulsor de los primeros rascacielos el que critique el abuso de estas construcciones, ya que la acumulación de rascacielos tenía como consecuencia la falta de luz en las calles. Su obra se caracteriza por el estilo funcional, que anuncia el posterior racionalismo y el uso responsable de estas nuevas tecnologías, sobre todo centrándose en temas de seguridad, en concreto evitando los incendios. Los nuevos arquitectos, como Frank Lloyd Wright tendrán en consideración estos factores y construirán teniendo muy en cuenta la luz, incluso como adoptándola como elemento constructivo.
La arquitectura de la Era Espacial
El final de la Segunda Guerra Mundial y la recuperación económica del baby boom de los años 50 trae consigo un estilo arquitectónico muy peculiar: el Googie. Se trata de una estética futurista, muy influida por los avances técnicos de la era atómica y espacial y por la progresiva tecnificación doméstica. La sociedad americana vivió en los años 50 un optimismo de plástico inducido por el bienestar económico y por la publicidad, que generó formas curvas, cromadas y con luces de neón. El uso del hormigón, el acero y el cristal permitieron formas fantasiosas y nada funcionales, que anunciaban un futuro espacial lleno de promesas. Su uso se generalizó sobre todo en la arquitectura comercial popular (restaurantes, cafeterías, cines, gasolineras…), y por ese motivo el Googie no gozó del respeto de los arquitectos establecidos. No fue hasta la llegada del Posmodernismo que hubo un poco de reconocimiento para este estilo de la era espacial, cuya visión provoca en la actualidad una automática nostalgia por la época del Rock’n’Roll, el nacimiento de Las Vegas y el cine de serie B.
Wright y el Estilo Internacional
Frank Lloyd Wright crea el estilo orgánico, e intenta frenar la explosión de alturas retornando a la horizontalidad. Radicaliza la funcionalidad y economiza en espacio, construyendo sus edificios en torno a un núcleo por medio de módulos de hormigón. La Casa Robie y la Casa de la Cascada muestran su interés por el entorno como un elemento arquitectónico más, además de una paulatina simplificación de las estructuras.
Por otra parte, alejada de la naturaleza, se nota en las grandes ciudades la llegada de una corriente Art Decó. Este estilo recoge la tradición del neogótico y la tamiza con los elementos simplificadores de la Escuela de Chicago y con la utilización de materiales lujosos. Es el caso de los célebres Chrysler Building o el Empire State Building, o la subcorriente Tropical Art Decó de Miami. Es curiosamente en la época de la Depresión cuando se construyen velozmente los edificios más exuberantes y ambiciosos.
Pero en los años 30 se empezará a sentir el influjo de la Bauhaus con la llegada de arquitectos europeos exiliados por el auge de las dictaduras en sus respectivos paises. El llamado Estilo Internacional, verdadera corriente de ruptura con todo lo tradicional, se diferenciará del resto por su utilización de superficies lisas sin decoración alguna, el cuidado por el detalle arquitectónico y la casi futurista regularidad. La sede de la ONU en New York es uno de los estandartes del movimiento y arquitectos como Le Corbusier son los abanderados de esta nueva modernidad.
Del posmodernismo a la actualidad
En los años 70 se empiezan a sentir nuevos aires en la arquitectura, que cuestionan el racionalismo propio de la modernidad. Otra vez, una crisis económica da como resultado el rechazo de la austeridad y el minimalismo y se empieza a construir jugando con los materiales, las formas y los conceptos. El inquieto Frank Lloyd Wright vuelve a cambiar de estilo con diseños como la estructura en espiral del Museo Guggenheim de Nueva York.
Los nuevos arquitectos posmodernos, con la llegada de nuevos materiales, son capaces de construir edificios casi imposibles, ahora teniendo en cuenta la ecología (se busca una arquitectura verde, que no dañe el paisaje y que utilice energías como la solar, cuyas placas se integran al edificio), la globalización (se rechaza la idea de esa megalópolis que parece ser igual en todas las ciudades del mundo) y la seguridad (Los atentados del 11 de septiembre de 2001 provocan una reflexión sobre el concepto de rascacielos como símbolo y edificio seguro). Con esta posmodernidad llega también una preocupación urbanística en la que se pretende revitalizar los barrios más degradados de las ciudades, ya sea con un espíritu social (la mejora del nivel de vida de los vecinos hace mejorar los barrios) o por el fenómeno de la gentrification (nuevos vecinos ricos desplazan a la población original, que no tiene más remedio que mudarse a otras zonas más baratas).