Estados Unidos es un país de apuestas. Desde su fundación como nación, el juego fue una de las actividades sociales en todos los estamentos sociales de Norteamérica. Desde las partidas de poker en un barco del Mississippi o en un polvoriento saloon del Oeste hasta la desmesura de Las Vegas, el americano medio lleva más de dos siglos soltando su dinero alegremente, hipnotizado por el vuelo de los dados o el baile de la ruleta.
Las Vegas sigue siendo la capital mundial del juego, pero desde hace unas décadas comparte el dominio de los casinos con unos competidores usuales: las naciones indias. A principios de los años 70 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró que las reservas indias no estaban bajo la jurisdicción de los estados en varios aspectos, y desde el momento en el la Ley habló, una palabra se formó en la mente de los jefes tribales: casinos. Y, en efecto, en pocos años empezaron a surgir enormes complejos de azar en muchas de las reservas existentes en territorio norteamericano.
En la actualidad hay más de 400 casinos indios, repartidos por muchas de las reservas de la nación, o incluso fuera de ellas. El juego indio supone el 29% de la actividad de la industria del azar en los Estados Unidos, casi a la par con los casinos comerciales de Las Vegas o Atlantic City, con un 31%. Las loterías se llevan la tercera parte del pastel, con un 23% de los ingresos. De las 562 tribus reconocidas en los Estados Unidos, casi la mitad mantienen negocios de azar. Esta nueva dedicación vino acompañada de controversia desde un principio. Algunas tribus se negaron a construir casinos, pues afirmaban que corrompía las tradiciones y la estructura social. Los que abrazaron el azar como una fuente de ingresos afirman que el dinero de los casinos trajo un bienestar económico sin precedentes a una población subdesarrollada y empobrecida. Sin embargo, muchas de las tribus con casinos siguen teniendo altas tasas de paro y alcoholismo, pese a los miles de millones de dólares que se ingresan anualmente.
El desarrollo de los casinos indios, con hitos como la compra de la cadena Hard Rock Cafe por parte de la tribu semínola, se está resintiendo en los últimos tiempos a causa de la recesión económica mundial. El índice de crecimiento se detuvo, y el año 2010 hubo un descenso en los ingresos de un 1%. Tal vez no suponga un descenso muy acusado, pero en una economía diseñada para los incrementos continuos y el crecimiento exponencial (un 15% de crecimiento anual antes del estallido de la crisis), esa cifra supone un dato negativo. Y, sin embargo, los casinos indios están resistiendo la crisis mejor que sus homólogos comerciales, que en 2010 declararon unas pérdidas de un 4%. En Las Vegas, el descenso llegó al 14%. Los gestores de las diferentes tribus tienen una explicación a estas diferencias de resultados: el hecho de que los establecimientos indios están cerca de las ciudades, y mantienen un perfil más popular que el barroquismo y la desmesura de Las Vegas. Esto hace que la población se acerque a jugarse unos dólares a los casinos cercanos a sus casas, en vez de planear unas vacaciones de azar a Nevada. Con este as en la manga, los casinos indios intentan mantenerse a flote hasta que llegue la recuperación de la economía, y después retomar los proyectos de expansión que quedaron congelados con la recesión.