Con la llegada del siglo XX y la consolidación de los Estados Unidos como una de las principales economías mundiales, el país comenzó a influir notablemente en asuntos de política exterior. En 1914, tras numerosas tensiones y conflictos coloniales, estalló en Europa la llamada Gran Guerra que enfrentó a los Imperios Austro-húngaro, Alemán y Otomano contra el Reino Unido, Francia, Rusia y otros numerosos aliados. El mundo nunca había vivido un conflicto de estas dimensiones internacionales, ni tampoco de tan sangrientas características. Duró años la guerra de trincheras en la que ambas partes lucharon por apenas unos kilómetros de tierra baldía, y se experimentó con nuevo armamento como el químico, que provocó millones de muertos en una desmoralizada infantería que servía de conejillo de indias. Estados Unidos, en un principio neutral, decidió entrar en el conflicto en 1917 tras el hundimiento de uno de sus buques, el Lusitania, con lo que la Gran Guerra pasa a ser la Primera Guerra Mundial. La potencia militar norteamericana contribuyó significativamente a la derrota definitiva de las Potencias Centrales, y Estados Unidos no sólo se benefició militarmente frente a una Europa destruida por largos años de desgaste, sino que tras la guerra se convirtió en la indiscutible primera economía mundial frente a una Europa destruida y una Rusia en plena revolución.
Los felices años veinte
Con esta hegemonía, Estados Unidos vivió una década de prosperidad económica, los llamados felices años 20, favorecida por su posición de primer proovedor mundial. El presidente Wilson creó en 1913 la Reserva Federal, potenciando aún más esta economía en forma de burbuja. La fuerte industria, la rentable agricultura y una ola de consumismo hizo florecer un bienestar social, en el que no faltó trabajo en todos los sectores, como la construcción (que vivió su boom en esos años), con la creación de espectaculares rascacielos. Los medios de comunicación de masas también llegaron a su esplendor en esos años. El cine vivió su época dorada y la radio se escuchaba en casi todos los hogares de la nación. También floreció la economía sumergida, en la que una importante parte de la población se lucró con el contrabando de alcohol, prohibido desde 1920 hasta 1933 con la llamada Ley Seca. En esos años se formaron organizaciones criminales que, con contactos en el poder civil, tuvieron un importante papel en la economía de las siguientes décadas.
La Gran Depresión
Sin embargo, la burbuja especulativa explotó el 29 de octubre de 1929. Los valores bursátiles descendieron alarmantemente, provocando el colapso de una economía aparentemente fuerte, que no era más que pura especulación financiada por créditos que la población no podía devolver. El sistema bancario quebró en toda la nación, multiplicando la crisis. El consumo bajó drásticamente, destruyendo también el comercio y la agricultura, y una gran masa de desempleados comenzó a deambular por el país en lo que se dio en llamar la Gran Depresión. El nuevo presidente, Franklin D. Roosevelt, decidió luchar contra la crisis mediante un programa gubernamental llamado New Deal, una serie de medidas experimentales que desde 1933 permitieron la intervención del gobierno en la economía. Se reformó el sistema financiero, se asistió socialmente a las masas más desfavorecidas y se crearon programas de revitalización y ayuda a la industria y la agricultura que fueron reavivando tímidamente la economía. Pese a todo, en el resto de países del mundo, mucho más pobres que los Estados Unidos y endeudados de forma asfixiante, la crisis influyó de una forma devastadora, permitiendo un caldo de cultivo para políticas populistas y agresivas.
La Segunda Guerra Mundial
La pobreza e inestabilidad en el mundo propiciaron el auge de los fascismos, que despreciaban la democracia y preconizaban un fuerte autoritarismo y militarismo como medio de recuperar presuntas glorias pasadas. En Alemania, quizás la más castigada por sus excesivas y humillantes obligaciones como derrotada en la Primera Guerra Mundial, la desaparición de la financiación exterior hirió de gravedad a su economía. El nacional-socialismo se vendió a sí mismo como la única ideología capaz de poner orden social y económico en un país convulso, y así Adolf Hitler llegó al poder.
En efecto, Hitler revitalizó Alemania en pocos años. La industria alemana, empujada por el creciente rearme, creció de forma sorprendente y los nazis, inicialmente elegidos en las urnas, se hicieron con un poder totalitario en 1933. Poco a poco, y a costa de sacrificar el bienestar social, Alemania se convirtió en una amenazante potencia mundial que no tardó en extenderse por toda Europa mediante invasiones que provocaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial contra los aliados franceses, ingleses y rusos. Estados Unidos, otra vez neutral en los primeros años, decidió entrar en el conflicto cuando Japón, aliado imperialista de Alemania, bombardeó el puerto militar de Pearl Harbor en 1941. Hasta 1945, el país movilizó a más de 12 millones de personas por todo el mundo, y tanto en el Pacífico como en Europa y África, y luchó con mano a mano con los aliados hasta derrotar finalmente a Alemania y Japón. Fue en agosto de 1945 cuando el presidente Truman ordenó usar la bomba atómica contra Hiroshima y Nagasaki y acabar con la vida de 200.000 civiles. Esto provocó la rendición japonesa y el fin de la guerra más sangrienta de la historia.
De nuevo, la economía estadounidense fue la única del mundo en reactivarse gracias a esta guerra. Tanto sus inversiones internacionales como los puestos de trabajo (en los que se incorporó de forma masiva la mujer) aumentaron considerablemente, afianzando su liderazgo económico. Estados Unidos, de nuevo poseedor de la hegemonía económica mundial, ya había planeado con la Unión Soviética una nueva organización geoeconómica una vez ganada la guerra; en este nuevo orden, el mundo estaría dividido en dos partes, una socialista comandada por los soviéticos, y otra capitalista en la que los norteamricanos se aseguraban el liderazgo. A la larga, el nuevo orden provocaría una polarización extrema del mundo, dando lugar a fuertes tensiones sin conflictos generalizados, en lo que se denominó la Guerra Fría.